EL
ENIGMA DEL TEMPLE:
¿Murió
Luis XVII en prisión?
Rey de Francia, para
los monarquistas, después de la muerte de su padre, Luis XVI, en la guillotina,
en 1793, Luis XVII tiene diez años en 1795 y vive encarcelado en la prisión del
Temple. Escondido por seis meses durante el Terror, es un niño débil y
enfermizo pero curiosamente crecido el que puede ver nuevamente la luz en
agosto de 1794. Muere ocho meses después de tuberculosis. Pero, rápidamente, se
esparce un rumor: el niño que ha muerto en la prisión del Temple no sería Luis
XVII... Luis Carlos tiene siete años cuando, el 13 de agosto de 1792 llega con
su hermana y sus padres, Luis XVI y María Antonieta, a la imponente prisión del
Temple. Allí es alojado con el rey en el segundo piso: las mujeres son llevadas
al tercero.
Después de la ejecución
de su padre, el niño es confiado a los cuidados del zapatero Simón y de su
mujer, quienes vienen a instalarse con él. Pronto se habitúa a ellos, que
tratan de hacerle la vida menos desagradable. Testigos lo ven jugar en el
jardín. Pero, el 19 de enero de 1794, los Simón deben abandonar el Temple por
orden del ciudadano Chaumette, responsable de la prisión. Comienza entonces un
infierno inexplicable para el niño, Todas las salidas de su pieza quedan
obstruidas y las ventanas cerradas, La puerta es amurallada hasta media altura
y provista de barrotes de fierro, de modo que sólo una estrecha ventanilla
permite pasar los alimentos.
UNA
RECLUSIÓN ATROZ
El niño queda
enmurallado y vive en la penumbra. Nadie puede entrar a su celda, la que se
transforma en poco tiempo en una cloaca. Dos veces al día los guardias vienen a
constatar la presencia del niño, verdadera sombra que no se levanta de la cama,
invadida por los gusanos. El muchachito permanece secuestrado en estas
terribles condiciones durante más de seis meses, hasta la caída de Robespierre.
El 18 de julio de 1794,
el mismo día de su ascensión al poder, Barras se presenta en el Temple y hace
abrir la celda. Encuentra a un niño bastante grande, lívido, enflaquecido, con
las articulaciones inflamadas, demasiado débil para caminar. Barras le asigna
un médico y da órdenes de devolver al prisionero a una vida decente. Pero es
demasiado tarde; el lastimoso jovencito está gravemente enfermo y permanece
postrado en una silenciosa apatía. Muere de tuberculosis el 8 de junio de 1795.
PRIMERAS
DUDAS
A partir de la muerte
del niño surgen los primeros rumores que el pequeño tuberculoso no sería Luis
XVII. La viuda de Simón, que lo cuidó durante mucho tiempo, está persuadida que
antes de la reclusión hubo una sustitución. El cocinero de la prisión le habría
confesado su participación en el cambio. Además, se encuentra una mención sobre
el mismo cocinero en una nota de Robespierre que se relaciona sin ninguna duda
con el asunto del Temple. El tenor de esta nota permite pensar que el mismo
Incorruptible podría haber sido el instigador de una tentativa de evasión del
joven rey. Habría otro elemento de duda, ya que los médicos que examinaron al
niño dan muestras de una gran reserva en sus declaraciones. De hecho confiesan
a sus más cercanos que están convencidos que el niño murió en el Temple no es
Luis XVII.
LAS
PRUEBAS DE LA SUSTITUCIÓN
El asunto del Temple
alimenta regularmente las crónicas de comienzos del siglo XIX, pero recién en
1846 los restos son finalmente exhumados, las osamentas son identificadas con
certeza; las lesiones que presentan corresponden a las constataciones
efectuadas durante la autopsia. Los expertos afirman en forma concluyente que
el esqueleto es el de un adolescente de catorce años, que medía 1.55 m. Sin
embargo, Luis XVII tenía apenas diez años en 1795 y era pequeño para su edad.
Un análisis capilar entrega otras conclusiones sorprendentes. Una de la
personas cercana a la familia real ha conservado un mechón del Delfín, enviado
por María Antonieta en una de sus últimas cartas. Ahora bien, durante la
autopsia que precedió a la inhumación del pequeño fallecido en el Temple, el
funcionario municipal Damont cortó también un rizo de los cabellos del cadáver,
estas reliquias fueron conservadas durante más de 191 años antes que los
expertos pudiesen estudiarlas. El examen revela que ellas no pueden pertenecer
a la misma persona. Los cabellos del Delfín presentan una excentración del canal
medular que los vuelve perfectamente identíficables, particularidad que no
poseen los cabellos del niño muerto en el Temple.
Se podría entonces
concluir que el niño muerto en el Temple no podría ser de ninguna manera Luis
XVII. Desde esta perspectiva, se puede comprender mejor el enmurallamiento del
prisionero, ya que si el niño había sido cambiado, debía ser escondido a fin
que nadie pudiese descubrir la superchería. ¿Qué sucedió entonces con el
verdadero Luis XVII?, ¿tuvo esta sustitución su origen en Robespierre?, ¿y qué
hizo entonces con el niño? Tantas preguntas sin respuesta.
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