Walter Benjamín o la historia a contrapelo
Una
frase que es oportuno traer a colación en este ensayo es aquella que dice:
“quien no conoce la historia, está condenado a repetirla”. Con esta expresión,
se nos da a entender que la historia, y también el pasado, debe servir como una
enseñanza para que aquella no se algo que se dé en forma cíclica sino de una
manera lineal. Incluso a nivel personal, esta es una lección que debemos
aprender: no hay que mirar el pasado como una colección de eventos negativos y
fracasos que, de una u otra manera, han determinado nuestro presente, nuestro
hoy. El pasado ha de mirarse como una fuente de sabiduría para tomar mejores
decisiones y, así, poder construir el futuro que queremos. En ese sentido,
quiero evocar la figura del ángel que mira los escombros de la historia y,
estando impedido de hacer algo al respecto, es llevado al cielo por la
corriente de un impetuoso huracán. A los tiempos pretéritos se les ha de mirar
con ese sentido pedagógico y no en un sentido anacrónico, como lo hacen muchas
personas al considerar ciertas épocas históricas como “oscuras e
improductivas”. Por esa razón, también considero como anacrónico el hecho de
criticar el pasado cuando las cosas no pudieron ser de otra manera. Por
ejemplo, decir cosas como: ¡“cuan equivocada estaba la gente de otras épocas
cuando creían esto o lo otro con respecto a este mismo tema”! no se puede
criticar al pasado porque, en su momento, este fue el presente de los que nos
precedieron en el tiempo y no podían ellos hacerse cargo de nuestro presente
porque, para ellos, ese era su futuro. Sin embargo, ellos también supieron ser previsores
colocaron los cimientos sobre los que ahora estamos caminando nosotros, sobre
todo en materia de conocimiento.
El
pasado sigue teniendo vigencia como pedagogo que es, pero algunas personas
parecen vivir en él al criticarlo comparando los criterios de ahora para hacer
las cosas con los criterios de aquel entonces. Cada persona ha de vivir en su
propio tiempo, y esto es lo que hace que su pensamiento sea un enorme
contribuyente para la posteridad y, en cierto modo, se adelantaron a su tiempo
para contribuir a ese futuro que ahora es nuestro presente.
Cuando
apreciamos un fenómeno histórico que se repite en distintas regiones del mundo,
nos da la impresión de que la historia se hace cíclica, no lineal. Otra cosa
que nos puede hacer creer este tipo de fenómenos es que no estamos avanzando
sino retrocediendo con los tiempos. Por ejemplo, esto sucede cuando un gobierno pretende
asumir la filosofía de otro o cuando un gobernante pretende destruir lo que su
predecesor ha hecho con tanto esfuerzo (eso solamente para dar unos pocos
ejemplos).
Obras
como la de Benjamín se presenta como una
resistencia y constituyen el compromiso emancipatorio a fenómenos
representantes de la barbarie como el fascismo y el socialismo que, brevemente,
sedujeron al mismo Benjamín. Las tesis de
filosofía de la historia se consideran como un documento fundamental porque
en ellas convergen, en una “afinidad
electiva” y dialéctica, los dos caminos por los que Benjamín había
realizado su búsqueda filosófica: la
teología judía y el materialismo histórico. Desde la perspectiva
benjaminiana, el conocimiento de la historia no es solamente una forma de hacer
historia sino la forma de hacer historia. Para él, el pasado es una inspiración
para superar los obstáculos del presente porque se toma como una enseñanza para
vencer las dificultades propias del presente. Para todo esto, “hay
que hacer un giro copernicano en la forma de entender la historia”, es
decir, hacer la historia a contrapelo.
Para
muchos de nosotros es sabido que la teología es un herramienta muy útil en la
vida civil de los judíos hasta el punto en que estas dos realidades se funden
en una sola, y Benjamín no es la excepción a esta regla porque vemos que la
teología y el materialismo histórico se unen para tratar de solucionar los problemas
de su tiempo como lo son la socialdemocracia alemana, el fascismo, el
historicismo y el stalinismo.
En
esta figura filosófica (como lo es Walter Benjamín) podemos encontrar un
ejemplo preclaro de la actitud a tomar con miras a la resolución de los
diversos problemas que se presentan en nuestra vida tanto en una esfera pública
como en una esfera privada (es decir, a nivel personal y de sociedad). La
filosofía, sobre todo en la época actual, es una disciplina tan amplia que
posee los medios necesarios para afrontar los problemas ideológicos y políticos
que no escasean en ninguna parte del globo terrestre. De hecho, es ahora cuando
la humanidad más necesita de ella
porque, al parecer, ideologías que creíamos y considerábamos como superadas han
vuelto a emerger en formas variadas de política que no buscan tanto el interés
y el bien común sino el bien personal y particular. En ese sentido, cabe
preguntarse algo: ¿ha cambiado la humanidad o ha sido la misma a lo largo del
tiempo? Como puede suponerse, no es posible dar una respuesta definitiva a la
cuestión sino que la respuesta es, cuando menos, parcial porque, a pesar de que
la humanidad ha logrado unas mejores condiciones y calidad de vida respecto a
otros tiempos, no logrado adquirir una madurez que lo lleve a no vivir la
historia de una manera cíclica sino lineal. ¿En qué puedo basarme para
responder esto? Pues bien. Hay un factor, fundamental y sencillo al mismo
tiempo, para contestar esa pregunta: a pesar de que las tecnologías evolucionen
a pasos de gigante cada día, seguimos siendo, como en los primeros tiempos,
unos lobos para nosotros mismos aunque hayamos hecho miles de resoluciones para
mejorar o cambiar un poco este problema. Los sistemas políticos siguen siendo
tan vulnerables como siempre porque el hombre se ve abocado al mal, y la
corrupción política es una tentación frecuente en las administraciones por
mucho que se haya o se pretenda hacer una u otra reforma política que, a la
postre, no surte los efectos esperados por sus promulgadores.
Otra
pregunta que surge, entonces, es la siguiente: ¿para qué sirve la filosofía? La
filosofía sirve como una fuente de educación moral para las personas que desean
ser buenas: ¡ahí tenemos la ética aristotélica! Ella nos sirve como una manera
de mejorar y progresar en la virtud, que es tan necesaria tanto en la vida
pública como en la privada.
“jamás se da un documento de
cultura que no sea un documento de barbarie”. Para
los que hemos estudiado un poco la historia, los grandes acontecimientos que
han marcado la historia universal han sido preparados y determinados en su
totalidad por las corrientes de pensamiento, que han engendrado todo tipo de
barbaridades de las cuales el objeto principal ha sido, en todos los casos, el
ser humano. Esta consigna, y la misma historia,
es una diáfana evidencia de que el progreso moral no se corresponde con
el progreso en la técnica y la tecnología, que han avanzado mucho y con la que
también se corre el peligro de poner al ser humano al servicio de la
tecnología, y no al revés.
Las
grandes catástrofes que marcaron el siglo XX no han hecho más que demostrar lo
anterior. Dos guerras mundiales casi llevan a la extinción a la raza humana y,
como si fuera poco, tuvo lugar la guerra fría que casi lleva a una tercera guerra
junto con las amenazas que, constantemente, se vislumbran cada vez que chocan
los intereses de las potencias mundiales. Podría pensarse que somos piezas de
ajedrez o el campo de batalla de los países más desarrollados. En ese sentido,
la filosofía puede ser la luz que a la humanidad le falta, la guía que la
humanidad necesita para que el desarrollo moral se vea correspondido con el
desarrollo tecnológico y técnico que vivimos cada día en nuestra sociedad, que
está interconectada gracias al fenómeno de la globalización.
Hay
que saber, por demás, que existe una relación entre historia y metafísica.
¿Cuál es esa relación o, mejor, donde podemos encontrarla? Esta relación
podemos hallarla en la rama de la metafísica que se llama teleología. ¿Qué es la teleología? Etimológicamente, la palabra
teleología, se compone de dos raíces griegas. Una de ellas es téleos, que significa ‘fin, final’ y la
otra, que es muy conocida, es lógos,
que significa ‘tratado, estudio,
argumento’. Como se dijo arriba, la teleología es la rama de la metafísica que
nos habla del fin[1] de las cosas,
refiriéndose, específicamente, a su razón de ser y de lo que se quiere alcanzar,
es decir, el propósito de algo. Dentro de las causas aristotélicas, podemos asociarla a la categoría de la causa final, que alude a aquello para lo
cual se hace una cosa determinada. Pues bien. Benjamín ofrece una perspectiva
muy clara sobre los acontecimientos de línea temporal, la cual podría aplicarse
a lo que estamos viviendo en nuestros días: hay una pugna en los intereses de
muchas minorías que toman como campo de batalla a los pueblos y regiones menos
favorecidos. Incluso esto pudo verse en fenómenos como la Guerra fría: Estados
Unidos y la Unión Soviética mantuvieron un conflicto diplomático que hizo que
el mundo estuviera al borde de la catástrofe (cualquier parecido con la
realidad es pura coincidencia, aclaro yo) y las preguntas que formula Benjamín
y el camino que toma con respecto a la historia son tan validas hoy como ayer
de tal manera que uno puede preguntarse, teleológicamente hablando: ¿acaso el
finalidad de la historia humana es la autodestrucción? ¿Existe y evoluciona el
ser humano solo para demostrarse que, junto a los avances tecnológicos logrados
por el mismo, también tiene el potencial de autodestrucción? ¿Cuál es el papel
del libre albedrío en todo esto? Hasta el momento, por cada avance tecnológico
que el ser humano ha logrado también se ha hallado una nueva forma de dañarse a
sí mismo. Lo cierto es que aquí, en esta cuestión, el ente que tenemos como objeto de estudio ya no es algo material sino
algo tan abstracto y, al mismo tiempo, tan intrínseco al hombre como lo es la
historia. Está fuera de nosotros pero, al mismo tiempo, hace parte de nosotros
en cuanto que somos sujetos históricos, seres que hacemos la historia con cada
una de nuestras acciones al intervenir en ella de manera directa o indirecta,
de manera anónima o de forma muy explícita.