jueves, 3 de diciembre de 2020

Crítica de la razón latinoamericana

 CRITICA DE LA RAZÓN LATINOAMERICANA

Ø ¿Cuáles son los problemas que presenta el filósofo Santiago Gómez-castro a través del texto?

Entre los problemas que presenta el pensador Santiago Gómez- castro en el texto, podemos mencionar los siguientes:

Ø  La posmodernidad no es otra cosa que la lógica cultural del capitalismo tardío.

Ø  La emergencia de nuevos rasgos de las sociedades industrializadas como la popularización de la cultura de masas, la desregulación del trabajo y la creciente informatización de la vida cotidiana, hace que el sistema capitalista desarrolle una “ideología” que le sirve para compensar los desajustes provenientes de las nuevas tendencias en el mundo del trabajo y de las concepciones de la vida individual y colectiva.

Ø  La posmodernidad también es una “ideología” propia de la tercera fase de expansión del capitalismo, que se inicia después de la segunda guerra mundial. A diferencia de las anteriores, esta tercera fase ya no conoce fronteras de ninguna clase e incluso penetra en ámbitos como la naturaleza, el arte y el inconsciente colectivo.

Ø  Para lograr sus objetivos, el capitalismo tardío engendra una ideología capaz de inmovilizar por completo cualquier intento de cambiar la sociedad.

Ø  El pensamiento posmoderno arroja por la borda la idea misma de “fundamento”, con lo cual se arruina todo intento de legitimar moralmente cualquier proyecto de transformación social.

Ø  Al negar el potencial emancipatorio de la modernidad, la posmodernidad descalifica la acción política y desplaza la atención hacia el ámbito contemplativo de lo estético.

Para el economista y filósofo Hinkerlammert la posmodernidad es un peligroso retorno a las fuentes mismas del nazismo. La influencia de Nietzsche en los filósofos posmodernos no es gratuita, pues lo que buscan es corroer los cimientos mismos de la racionalidad. Al igual que su maestro, los autores posmodernos identifican a Dios con el “gran relato” de la ética universal y anuncian a cuatro vientos su muerte. Hinkerlammert también piensa que el “antirracionalismo” de la posmodernidad está en la línea de una tradición anarquista que va desde los movimientos obreros del siglo XIX hasta las protestas estudiantiles de los años sesenta.

La reivindicación de lo fragmentario y de lo ecléctico elimina cualquier tipo de resistencia y sume al hombre en una espera resignada del fin. La batalla posmoderna por erradicar la racionalidad es, a los ojos de Hinkerlammert, un mecanismo para eliminar definitivamente a los enemigos del sistema: ninguna utopía más, ninguna teoría capaz de pensar la realidad como un todo, ninguna ética universal. Renunciar a la sospecha, como pretenden los posmodernos, equivale a desistir de la denuncia y, con ello, caer en la trampa de un “discurso justificador”, proveniente de los grandes centros del poder mundial.

El filósofo marxista cubano Pablo Guadarrama está convencido de que el capitalismo, la innegable causa de la posmodernidad, es un “avance evolutivo” sobre las estructuras feudales y coloniales de las sociedades latinoamericanas, y justo por esa razón afirma que no puede hablarse de una “entrada de América latina a la posmodernidad: mientras no termine de arreglar sus cuentas pendientes con la modernidad, esto es, mientras carezca de una experiencia completa del capitalismo y extirpen las relaciones feudales de producción, resulta inoficioso e inútil pensar en una vivencia posmoderna de los países latinoamericanos.     

La posmodernidad no es un fenómeno ideológico, es decir, que no se trata de algo que ocurre en la “conciencia” de ciertos filósofos alienados de su propio mundo latinoamericano, sino ante todo de un fenómeno ontológico que supone una transformación de las practicas al nivel del mundo de la vida, y esto no solo en los países centrales, sino también en los periféricos durante las últimas décadas del siglo XX.

 

Ø ¿Qué significa plantear una crítica a la razón latinoamericana?

En primera instancia, se piensa que no se puede hablar de posmodernidad en América latina porque esta parte del mundo aún no ha saldado sus cuentas con la modernidad y resulta muy inoficioso querer empezar un proceso ideológico cuando aún no se ha terminado muy bien el anterior. Para que se pueda hablar de posmodernidad en Latinoamérica ha de haber un proceso de desarrollo más logrado de industria y cultura. En otras palabras, no se puede hablar de destruir una casa si ni siquiera están bien construidos y terminados sus cimientos: se puede hablar de posmodernidad en Europa y en otras partes del mundo precisamente por el desarrollo económico y cultural que, respecto a Latinoamérica, estos territorios tienen y que han permitido que la posmodernidad les salga al paso y los enfrente para pretender cambiar todos los presupuestos que estos territorios han considerado como propios.    

Por otra parte, la filosofía latinoamericana se ha caracterizado por ser un tipo de pensamiento matinal, cuyo símbolo no es el búho hegeliano sino la calandria argentina. Es decir que  se trata de un discurso que no mira hacia atrás justificando el pasado, como en el caso de Hegel, sino que mira siempre hacia adelante, firmemente asentado en la función utópica del pensamiento. Por ello mismo, dejar atrás este “discurso de futuro” seria negar el anhelo de los sectores oprimidos en américa latina por una vida mejor. Caer en el nihilismo posmoderno equivale a renunciar a la política en favor de un “dejar hacer” en lo económico, “incorporando una voluntad débil y autosatisfecha mediante las caseteras y los estéreos.    

Sin embargo, la posmodernidad no es una simple “trampa ideológica” en la que caen ciertos intelectuales que se empeñan en mirar nuestra realidad con conceptos que no le corresponde, sino que es un estado de la cultura presente también en Latinoamérica. Una condición que, por lo demás, se corresponde con una “nueva imagen del pensamiento”. No es extraño que en lugar de sacar provecho de la crítica posmoderna, resemantizándola a partir de un diagnóstico de la actualidad latinoamericana, buena parte de nuestros intelectuales haya optado por mirar esta crítica como una nueva “ideología imperialista”. Por fortuna, no son pocos los autores que han argumentado a favor de un interés latinoamericano en el debate posmoderno, a sabiendas de que allí se están tratando problemas de gran interés para el diagnóstico de la ambigüedad con que América latina siempre vivió la modernidad.

Para el politólogo argentino Daniel García delgado, América latina experimenta un tránsito de la cultura “holista” –vigente hasta la década de los setenta- hacia la cultura neoindivualista que emerge en los años sesenta, pero que se deja sentir con más fuerza durante los noventa. La cultura holista definía “identidades amplias” basadas en la pertenencia a los colectivos y solidaridades de gremio y clase, en el seno de una comunidad política en donde se destacaba la función integradora de la nación, el papel fundacional de la cultura popular y de la clase trabajadora, así como el imperativo de la redistributiva asegurada por el estado. Este fenómeno se dio con mayor fuerza en aquellos países que lograron industrializarse más rápidamente y construir un estado fuerte, como México y argentina, pero en general puede decirse que echó sus raíces en las herencias coloniales que comparten todos los países latinoamericanos. La cultura neoindividualista, por el contrario, se caracteriza por una tendencia a la formación de “identidades restringidas”, en donde se valora lo microgrupal y lo privado. La identificación con lo “nacional”, que antes actuaba como elemento integrador y de reconocimiento, se repliega ante el impulso de una cultura trasnacional jalonada por los medios de comunicación y las industrias culturales.

García Delgado asegura que esta pérdida de las certezas tradicionales no se produce solamente debido a la quiebra del estado nacional ante el “imperialismo económico” de los poderes trasnacionales, sino que tiene causas endógenas. En muchos países latinoamericanos esta situación obedece a la disolución de los antagonismos ideológicos vigentes durante el siglo XIX y parte del XX, a raíz de las guerras civiles, y que fueron reforzadas posteriormente con la guerra fría. Si los anteriores procesos de integración posicionaron a los individuos y colectivos con respecto a sus “enemigos comunes”, como los conservadores, los liberales, la oligarquía, el imperialismo o el consumismo que aglutinaban  y daban sentido a las políticas de masas, pero esta modalidad perdió fuerzas en la medida en que, desaparecidos los bloques ideológicos, la lógica del poder se volvía cada vez más compleja y difusa.

Buscando las causas endógenas de este cambio de sensibilidad en américa latina, el sociólogo argentino Roberto Follari señala dos factores: en primer lugar, la inusitada brutalidad con que las dictaduras del cono sur eliminaron las organizaciones políticas de izquierda o las debilitaron, sembrando una huella inevitable de temor entre la población. Esto hizo que se propagara un marcado escepticismo en las posibilidades del cambio estructural de la sociedad, pues de antemano se conoció el altísimo coste social que implicaría la intentona. Desde esta perspectiva, el “ablandamiento de las opiniones políticas resulta inevitable, lo mismo que la adherencia a cualquier proyecto de “liberación integral”. El segundo factor mencionado por Follari es la falta de alternativas sociales. La miseria de amplias capas de la población, la creciente restricción de los ingresos en los sectores medios, la corrupción de la clase política, todos estos factores desembocan en una cultura de la inmediatez, en donde lo importante es aprender a vivir a sobrevivir hoy, que mañana ya veremos lo que ocurre. Amplios sectores de la población se han visto obligados en los últimos años a sobrevivir mediante la economía informal, sin protección ni representación social, librados enteramente a su suerte. El presente es el único horizonte de significación a falta de un proyecto futuro.               

¿Qué perspectivas propone el filósofo Castro-Gómez en relación a los temas desarrollados?

Castro- Gómez dice que muchos autores coinciden en señalar que un debate latinoamericano sobre ese tema, o bien obedece a un interés extranjerizante de las elites alienadas que buscan “estar a la moda”, o se trata de la expresión ideológica del “capitalismo tardío”, en su actual fase de expansión planetaria. En los dos casos, la crítica se basa en un mismo supuesto: el desnivel socio-económico que se observa entre las sociedades del norte, donde reina el hiperconsumo de bienes, y la sociedad latinoamericana, marcadas por la pobreza y la violencia, haría imposible o sospechosa una transferencia de los contenidos teórico- críticos de la discusión. Sin embargo, la pensadora  chilena Nelly Richard ha señalado que este argumento se mantiene dentro de un esquema típicamente marxista que subordina los procesos culturales a los desarrollos económicos-sociales.

Nelly Richard resalta dos factores que, a su juicio, explicarían la reticencia de una parte de la intelectualidad latinoamericana al debate posmoderno. El primero es el trauma de la marca colonizadora, que hace que muchos de ellos miren con desconfianza todo lo que viene de “afuera” y crea una línea divisoria entre lo propio y lo ajeno, entre lo extranjero y lo nacional. El segundo factor tiene que ver con la crítica implícita del discurso posmoderno a los ideales heroicos de aquella generación que proclamó su fe latinoamericana en la revolución y en el hombre nuevo.  

Suele suceder entre nosotros que las polémicas filosóficas suscitan más bien adhesiones y rechazos personales que reflexiones profundas. Los rótulos más generalizados son:

1.      El “fin de la modernidad”. Quizás el más difundido de los clichés  sea el de presentar la posmodernidad como el “fin de la posmodernidad”. Pero nada más inexacto que entender este “fin” como la terminación de una época y el comienzo de otra. La posmodernidad no es lo que viene después de la modernidad sino que es la asunción de la crisis que desencadena la modernidad misma. Se trata de asumir aquello que la modernidad conlleva desde sus inicios, a saber, el desencantamiento del mundo, sin pretender esconder este fenómeno detrás de metarrelatos legitimadores, como los que fueron desplegados entre los siglos XVIII y XX. El horizonte cultural de la modernidad conlleva el nacimiento de la escuela y de los medios de comunicación como instancias capaces de “socializar” a los individuos y pone en crisis la autoridad primaria de la familia y de la transmisión oral de los saberes.

2.      Cuando utilizamos la expresión “el fin de la historia” necesitamos una distinción similar a la anterior porque ella tiene poco que ver con la posmodernidad. Esta tesis presenta dos variantes: una es el teorema de la “poshistoria”, esbozado en los años 50 por el sociólogo alemán Arnold Gehlen como una crítica a la incapacidad de innovación de las sociedades industriales avanzadas, cuyo alto grado de sofisticación material ha paralizado la creación de nuevos impulsos y valores. La historia humana “ha finalizado” en razón a lo que único que avanza es la maquinaria tecnológica que garantiza perpetua satisfacción a unas masas incapacitadas para crear algo nuevo. La otra variante la presenta el politólogo estadounidense Francis Fukuyma: la historia humana “finaliza” cuando aparece una cultura global del consumismo mediada por la democracia liberal y la economía de mercado (1992: 5-19). El autor se apoya en Hegel (leído a través de Alexandre Kojeve) para afirmar que la necesidad psicológica del reconocimiento constituye el sentido y el motor de la historia. El deseo de unos pueblos de ser reconocidos por “otros” ha impulsado pasiones como el fanatismo religioso, la guerra, el nacionalismo y el odio durante siglos. Pero hacia finales del siglo XX, con la planetarización de la cultura de masas, la gente necesita cada vez menos de la mirada de un “otro” externo para sentirse aceptada. Los nacionalismos y los fanatismos palidecen ante el triunfo de la democracia de masas, capaz de ofrecer a los ciudadanos la satisfacción plena de su necesidad psicológica de aprobación, sin tener que buscar “enemigos externos”. Para Fukuyama la historia ha llegado a su fin, porque el anhelo de ser reconocidos se satisface con el consumo masivo que garantiza la economía de mercado.

3.   Otro de los rótulos a la posmodernidad es la “muerte del sujeto”, lo cual implicaría, según algunos filósofos, la neutralización de toda oposición reflexiva y crítica con respecto a la racionalidad instrumental dominante. De ahí que Habermas se refiera a los posmodernos como los “jóvenes conservadores”, y los asocie a posiciones de la derecha política (1990: 32-54). Pero ¿qué significa en realidad esto de la “muerte del sujeto”? ¿Se tratará quizás de una consecuencia lógica de la “muerte de Dios” anunciada por Nietzsche, tal como lo supone Hinkelammert, o acaso de una nueva estrategia ideológica de los centros de poder para “desarmar las conciencias”, como lo sospecha Arturo Andrés Roig?  Cuando al final de Las palabras y las cosas Foucault dice que el hombre es una invención reciente que está a punto de borrarse como un rostro de arena en los límites del mar, no se refiere al sujeto empírico, sino al discurso que postula al Hombre como sede y origen del lenguaje y el sentido, tal como lo expresaron las nacientes ciencias humanas desde finales del siglo XVIII. Se trata del humanismo al estilo de Sartre, que plantea la posibilidad de que el hombre se libere de todas las determinaciones ajenas a su control gracias al conocimiento que tiene o puede tener de sí mismo. El hombre como sujeto de su propia libertad y de su propia existencia a partir de un acto de conciencia reflexiva (1991: 40). Pero lo que las ciencias humanas del siglo XX descubrieron, afirma Foucault, es que esa “naturaleza humana” susceptible de ser conocida reflexivamente, no es otra cosa que una ficción. El psicoanálisis, por ejemplo, ha mostrado que el sujeto pensante no se ubica en el centro de la actividad humana, sino que la razón interactúa con fuerzas inconscientes que determinan en gran medida nuestro comportamiento. La lingüística prueba que la distinción entre el objeto y el sujeto es un efecto contingente de la combinación entre determinados juegos de lenguaje. El mismo Foucault sostiene que la relación entre poder y verdad es mucho más compleja de lo que se creía, pues la ciencia misma se basa en relaciones de poder. La clínica, la psiquiatría y la pedagogía son sistemas disciplinarios que conforman un campo de saber, unas técnicas de investigación y recolección de datos sobre los que se “crea” el estatuto epistemológico del objeto. Y ni siquiera las ciencias naturales trabajan con sustento en una concepción especular de la verdad, sino sabiendo que nuestros edificios teóricos están sometidos al juego del azar y de la contingencia.

Por último me refiero a uno de los reproches más populares que se han hecho a la posmodernidad desde la filosofía latinoamericana: el haber proclamado el “final de las utopías”. Nuevamente habrá que preguntar primero de qué tipo de utopías estamos hablando. Examinemos el caso específico de Lyotard, por tratarse de uno de los autores más controvertidos. Partiendo de los análisis de Wittgenstein, el filósofo francés advierte que los juegos del lenguaje están estructurados de tal forma que a partir de ellos resulta imposible pensar una comunidad humana en donde no exista el conflicto y, por tanto, la injusticia. Juegos tales como “argumentar”, “describir” o “preguntar” se construyen sobre la base de complejísimas cadenas de enunciados, en donde existen diferentes posibilidades de interconectar unas proposiciones con otras. Si no existe ningún metacriterio lingüístico que nos permita saber cuáles interconexiones debemos realizar, la elección de una o varias posibilidades se hace siempre a costa de otras. El resultado es el conflicto inevitable entre diversos juegos de lenguaje, o lo que es lo mismo, entre diferentes formas de vida. El heteromorfismo de los juegos de lenguaje significa que el disenso, la inconmensurabilidad, la disonancia y la paradoja no se pueden eliminar de la vida social, a menos que se recurra a un metalenguaje político: la violencia fascista. Según Lyotard, todo intento de “reconciliar” las diferencias existentes entre los juegos de lenguaje y entre las formas de vida configuradas por ellos termina casi siempre en la dictadura y el terror. Ahora bien, casi todas las “utopías de futuro” que se elaboraron entre los siglos XVI y XIX concibieron la sociedad ideal como aquella en donde reinaría la unidad y la armonía, donde no existirían ya más las luchas de clases y donde la comunicación entre las personas sería transparente y no mediada por relaciones de poder. La felicidad en esta sociedad futura sería vivida como ausencia absoluta de diferendos. La armonía y la homogeneidad serían características de una comunidad en donde ya no habría lugar para el politeísmo de los valores. Pero si la heterogeneidad y la diferencia se encuentran ínsitas en toda comunicación humana, como lo muestra Lyotard, entonces resulta claro que este tipo de utopías tendría que degenerar en modelos autoritarios de convivencia social, en donde la homogeneidad y el consenso podrían asegurarse solamente a partir del ejercicio despótico de un metacriterio religioso, económico, político y social. 

Ø Qué aspectos derivan de la lectura?

Uno de los aspectos que derivan de la lectura es la controversia ante la aparente contradicción resultante de la implicación del desarrollo económico y cultural de Latinoamérica y la aparición necesaria de la posmodernidad cuando este territorio deje de ser una latitud en vía de desarrollo. Esto hace emerger los siguientes interrogantes: ¿está destinada América latina a desarrollarse económica y culturalmente solo para que se dé el fenómeno de la posmodernidad? ¿Acaso no pueden emerger la posmodernidad y sus anárquicas consecuencias en un contexto y en unas circunstancias como los que se viven ahí? ¿Ha habido intentos soterrados, en las ideologías opositoras a los gobiernos de turno, de imponer la posmodernidad como experiencia vital en las sociedades latinoamericanas y que perduren hasta nuestros días? ¿Qué es lo que ha impedido que estas se hagan más vistosas y repercusivas en las sociedades latinoamericanas de modo que sean más fácilmente reconocidas? ¿Existe realmente la posmodernidad en américa latina? ¿Cuáles han sido los factores incidentes en la falta de una cultura del dialogo en los individuos que componen nuestras sociedades latinoamericanas? 

lunes, 30 de noviembre de 2020

¿Cuál es la relación entre la “muerte de dios” y la “voluntad de poder”?

¿Cuál es la relación entre la “muerte de dios” y la “voluntad de poder”?

Uno de los temas más importantes tratados en el pensamiento del filósofo alemán Federico Nietzsche es el concepto de voluntad de poder, que se caracteriza, sobre todo, como un grito emancipador a todos los sistemas establecidos y, de alguna manera, promocionados por él. Sin embargo, surge una pregunta a este respecto: ¿Qué es la voluntad de poder?

Según Nietzsche, la voluntad de poder consiste en liberar al individuo del rígido corsé de la identidad y la unidad sustancial, y abrirlo a la experiencia cambiante del devenir de las apariencias, abrirlo a la diferencia de maneras de ser más allá de puntos de dogmáticamente inamovibles y categóricamente normativos. Se trata de una ruptura de la delimitación de lo individual para salir a una plenitud en la experimentación continua de lo otro y en las transformaciones del yo que esto supone, en olvido de una falsa unidad sustancialmente activa.   

Por su parte, el postulado de la “muerte de Dios” es un intento por examinar la vitalidad actual de los tres monoteísmos: judaísmo, cristianismo e islamismo. Según el autor, estos monoteísmos son anacrónicos en su religiosidad, su teología, su liturgia y sus ritos. Tales expresiones de los monoteísmos son anacrónicas porque son manifestaciones de un período donde Dios está vivo; ahora que está muerto, esas formas religiosas están fuera de tiempo.

Asimismo, habiendo visto estos dos postulados, surge otro interrogante: ¿Cuál es la relación entre la voluntad de poder y la muerte de Dios?

En primer lugar, hay que recordar y remontarnos muy a los principios de la historia de la filosofía occidental: los hombres, para dar una explicación a los fenómenos que, en aquel momento, eran inexplicables para ellos, solían decir e inventar muchos relatos e historias mitológicas en donde intervenían seres divinos con unas características eminentemente humanas: se enojan entre ellos mismos y castigaban a los humanos cuando estos los desafiaban o no cedían ante sus caprichos divinos, se hacían partidarios y protectores de los seres humanos cuando estos hallaban gracia ante sus ojos y los honraban y les daban un lugar muy importante en su vida y su escala de valores. Algunos de estos caprichos divinos dieron lugar a acontecimientos que quedaron plasmados en la épica narrativa mitológica como el sitio de Troya por diez largos años, la tortuosa travesía de Odiseo en el mar mediterráneo de regreso a su natal Ítaca, las penurias que tuvo que soportar eneas cuando huyó del sitio de Troya o el castigo impuesto a Prometeo luego de robar el fuego de los dioses, entre otros tantos que no se pueden mencionar aquí por falta de espacio.

Como acabamos de ver, el politeísmo y la creencia en las divinidades estaba sustancialmente marcado por una visión muy antropocéntrica que hacía que los dioses fueran creados o concebidos por una lógica increíblemente humana y, por tanto, estos mismos seres estaban a la merced de las pasiones propias de la naturaleza humana haciendo que la mitología fuese un juego de intereses entre los dioses olímpicos y los dioses.

No obstante, cuando llega la filosofía, la realidad empieza a ser explicada de otra manera. Es entonces cuando el hombre aparta su mirada de la creación del mundo por manos de los dioses y empiezan las explicaciones racionales de los fenómenos que el hombre logra contemplar a simple vista en el cielo, en la tierra y el mar con la pregunta elemental que se ocasiona por el asombro: ¿Por qué? Un poco más tarde, en la edad media, el mundo occidental adquiere un sentido teocéntrico, es decir, en la cima de las reflexiones filosóficas y teológicas del momento se encuentra Dios y las realidades divinas. En la edad moderna, gracias al renacimiento, el hombre vuelve a ocupar el centro y la cima de las reflexiones de los hombres y empiezan entonces a surgir la multiplicidad de las ciencias que conocemos hoy en día, adquiriendo el conocimiento, de esta manera, un enfoque científico o epistemológico. La edad contemporánea de la filosofía adquiere un tinte más crítico a la filosofía clásica al mismo tiempo que adquiere un toque de existencialismo que pretende juzgar y cuestionar todo el conocimiento y los principios que han caracterizado a la cultura occidental, especialmente al viejo continente.    

Es en esta época en que aparece un pensador revolucionario, capaz de proponer una nueva manera de ver la filosofía, una nueva perspectiva desde la cual él pueda recrear las cosas y organizarlas de la manera en  que a él le place: este pensador es Federico Nietzsche.

Aunque a primera vista voluntad de poder y la muerte de Dios no tengan una relación, lo cierto no podría estar más alejado de esta afirmación. Para empezar, hay que  decir que desde Nietzsche la historia de la filosofía se reescribió, o al menos eso es lo que pretende él con toda su ideología, pero ¿Cómo podemos afirmar tal cosa? ¿Cómo podemos sustentar todo esto?

En muy primer lugar, hay que establecer un paralelismo entre la temprana filosofía antigua y la filosofía contemporánea o, más precisamente, la filosofía  del siglo XX. En la temprana antigüedad, vemos que la filosofía destronó de su pedestal a la mitología en cuanto que ofreció una manera más razonable y explicable de concebir la realidad y el mundo que nos rodea. En ese momento, el hombre fue dejando paulatinamente las creencias en muchos dioses y a tener una percepción, como ya lo hemos dicho arriba, más racional de todo. Podría decirse exactamente lo mismo de lo que Nietzsche pretendió en su momento: ya no era la mitología lo que se pretendía destronar sino la existencia de Dios y la religión lo que quería excluir de la ecuación de nuestra realidad actual. Con todo, no hay que decir que fue el único que quiso esto. Arthur Schopenhauer ya había hablado de una transmutación o transferencia de valores de Dios al ser humano, y eliminando la existencia divina el hombre podría ocupar su lugar. En cierto modo podría decirse que el ser humano hizo lo exactamente opuesto cuando empezó a creer en dioses que representaban las diversas dimensiones de la realidad que lo rodean en la época antigua antes de la aparición del cristianismo en el mundo occidental, pero a diferencia de la antigüedad, la edad contemporánea ya contaba con casi os milenios de desarrollo tanto a nivel científico, filosófico y religioso como para poder resistir un embate de tal magnitud. Se podría decir, incluso, que en el renacimiento se hizo algo como lo que pretendía Nietzsche, aunque de manera parcial porque en aquel momento la ciencia y la religión, aunque ya habían tenido su ruptura, aun lograban convivir en paz, lograban estar yuxtapuestas.

 

Hoy en día vemos que se quiere hacer realidad, aunque de manera más soterrada, esta propuesta de Nietzsche, pero más que todo en el ámbito de las ciencias de la naturaleza, donde muchos científicos propenden y promocionan una visión atea de la ciencia como el conocimiento de esta fuera una razón de peso para no creer en Dios y, en consecuencia, en todo lo que se refiere a la religión. Es cierto que hay muchas personas (y lo digo porque he conocido casos) que prefieren dudar de la existencia de Dios cuando empiezan a estudiar las diversas ciencias de la naturaleza y, como implicación agregada, conciben ínfulas de superioridad y de juicio con respecto a los demás.

Pero este no es el único elemento que debemos considerar en este escrito. Tenemos que hablar sobre la voluntad de poder y sus implicaciones prácticas en la vida de los individuos que componen la sociedad. Es aquí cuando vemos que el hombre quiere convertirse en la ley para sí mismo, incluso dejando de lado el imperativo categórico kantiano, que dice que aunque no tenemos un imperativo divino para hacer el bien, existe una especie de conciencia que nos manda a actuar bien por nuestra naturaleza humana y no por motivos sobrenaturales. Esto lo constatamos cuando el hombre dice que “una sociedad de ateos puede ser perfectamente moral”, dado que aquí los actos humanos no tienen la motivación sobrenatural que les da el cristianismo sino que tienen más bien un carácter natural o, para decirlo de una manera más laica, un carácter netamente filantrópico.

Pero los presupuestos ideológicos de Nietzsche (si es que es válido este adjetivo en este lugar) van mucho más allá. Este pensador propende por una ausencia total de toda regla universal propiciando así un relativismo que solamente lleva a la anarquía, tan dañina para cualquier tipo de sociedad que se quiera establecer en el mundo en cualquier momento de la historia. De hecho, no en vano Nietzsche es uno de los llamados profetas de la sospecha, y es considerado también uno de los pilares de la posmodernidad, que tanto quiere hacerse paso en la ideología de nuestros días donde se cuestiona todo y se pretende hacer algo nuevo, pero sin contar con los cimientos del pasado que tanto han caracterizado a nuestra sociedad de hoy en día.

Es entonces cuando vemos que la propuesta de Nietzsche tiene una doble vertiente: en cuanto a la teoría, la muerte de Dios. Esto no implica otra cosa que una pretensión de destrucción (como lo hizo la filosofía en otro tiempo con la mitología) de los presupuestos religiosos de una sociedad cristiana, judía y musulmán; esto se procura, más que todo, en el campo de las ciencias que tienen como objeto de estudio la naturaleza. La segunda vertiente tiene que ver, en cuanto a la práctica: la voluntad de poder. Esto implica que los valores que se le atribuyen a Dios se le puedan atribuir al hombre y que, así, el hombre sea nuevamente la medida de todas las cosas, pero eso es algo que ya se logró en la edad moderna, especialmente en el renacimiento cuando el hombre volvió a ser (de una manera más explícita, por supuesto) el centro de todas las cosas porque ya lo era en la edad antigua antes de que el cristianismo hiciera su aparición en la historia humana. Entonces queda la siguiente pregunta: ¿quería Nietzsche hacer  estas dos cosas a su manera? Estos dos factores, se convierten así, en las dos caras de una misma moneda, de la moneda que nos deja la filosofía contemporánea.

Colombia en el siglo XXI: ¿Avance, retroceso o estancamiento?

Colombia en el siglo XXI… ¿avance, retroceso o estancamiento?

En el presente escrito, que será breve, me gustaría tratar sobre algunos temas cuya importancia a nivel nacional es preponderante teniendo en cuenta la actual situación que está viviendo nuestro país desde mediados del siglo XX y en las primeras dos décadas de este siglo, el siglo XXI y que han determinado, en mayor o menor medida, las circunstancias actuales en que vive la sociedad colombiana.

Este año 2020 parecía empezar de la manera ordinaria en que suelen comenzar todos los años: el cansancio por las celebraciones de navidad y año nuevo que nos suelen reunir a todos como familia en torno a una misma mesa y el subsiguiente letargo que ellas mismas producen luego de todo el jolgorio tan característico de estas épocas del año. Sin embargo, y conforme al paso silencioso de las primeras semanas del año, nos íbamos enterando de un fenómeno muy extraño e inesperado como lo era el surgimiento y establecimiento acelerado en la temporada invernal europea de un enemigo invisible: una nueva y misteriosa enfermedad conocida como corona virus o covid-19, por haber surgido a finales del año pasado en un pueblo chino conocido como Wuhan y que, como la pólvora, se expandió por todo el viejo continente hasta llegar a nuestro país el 6 de marzo del año que ya terminamos y, como una consecuencia lógica, empezó la expansión de la pandemia en nuestro territorio nacional. Gracias al moderado avance de la enfermedad (aunque acelerado en algunas zonas determinadas del país), se empezaron a decretar toques de queda nocturnos en las diversas ciudades del país en las semanas previas a la promulgación del decreto en que se prescribía la cuarentena en nuestro país desde el 25 de marzo hasta el 31 de agosto de este año, mientras éramos testigos, gracias a los noticieros nacionales e internacionales,  de los graves estragos que en muchos ámbitos de la sociedad y de la realidad que esta nueva enfermedad estaba causando en Europa, especialmente en países como España e Italia: decenas de miles de muertos y de contagiados cada día junto a la congestión en los hospitales cuyas instalaciones y personal médico no daban abasto para cubrir las necesidades y atención de tantas personas contagiadas por esta enfermedad, sumándose también la altísima carga emocional y psicológica que los médicos de estas naciones europeas tuvieron que pagar como consecuencia de la existencia de un enemigo invisible y muy peligroso como lo es este virus. Se ha sabido que muchos médicos italianos y españoles han quedado con secuelas psicológicas y físicas debido a la primera ola de contagios sufrida por estos países: muchos de los médicos y enfermeros sobrevivientes a esta contingencia decidieron aislarse y abandonar temporalmente a su familia por el infundido temor de contagiarlos con algún microorganismo del virus y, así, aumentar la taza de contagios. Con todo, no es la única manifestación que ha dejado esta pandemia allí. También se dio el caso de que un enfermero italiano asesinó a su novia sólo por pensar erróneamente que tenía el virus; otra cosa que llamó la atención fue que el uso casi perpetuo del tapabocas destrozó los tabiques de los médicos como si se los hubiera cortado la pequeña pieza de metal que estos poseen en su parte superior. Cuando se contemplan los alcances de esta nueva enfermedad, nos damos cuenta de la magnitud de la peligrosidad de esta situación. La amenaza de la pandemia no tardó en sentirse también en américa latina que, a pesar de las medidas de cuarentena obligatoria decretada por los respectivos gobiernos que la componen, se vio afectada en unos países más que en otros, pero lo que más nos interesa en este escrito es la situación de la nación en que vivimos, que es Colombia.

Para muchos ciudadanos, la cuarentena y el confinamiento ocasionados por el covid-19 ocasionaron una crisis económica, social y sanitaria sin precedentes en la historia de Colombia desde que en el mundo es conocida como tal. Sin embargo, y para nadie es un secreto, que las crisis en estos sectores de la sociedad colombiana ya existían con muchísima anterioridad a la pandemia y lo que ha hecho esta enfermedad (que le ha jugado una muy mala jugada a nuestro cuerpo y a nuestra mente) es acelerar la crisis histórica que estamos atravesando como nación; se podría decir, incluso, que en cierta manera la historia se está acelerando en todo el mundo, y la nación colombiana no es la excepción a fenómeno teleológico: la pandemia ha expuesto, de manera más evidente y escarnecida, las falencias de que adolece nuestra sociedad tanto a nivel educativo, social, sanitario y económico, pues muchos centros turísticos a lo largo y ancho del país se vieron obligados a cerrar sus puertas y despedir a todos sus trabajadores, ocasionando la desactivación económica del país en las semanas de la cuarentena.

Esta pandemia nos ha dejado en claro una vez más las crisis y los problemas que, como nación, debemos solucionar. En primera instancia, vemos que muchas instituciones académicas oficiales y privadas del país se vieron obligadas a improvisar sus métodos virtuales de enseñanza (y, aun así, se sigue infravalorando la educación virtual) porque estaban encarando una situación que no se veía venir, que nadie vio venir y que cayó como ladrón inesperado sobre el mundo. Lo mismo podría aplicarse a la crisis sanitaria que ya vivíamos y que se agudizo con la pandemia: a pesar de que, por fortuna y también por consciencia ciudadana, no se han vivido y presentado situaciones extremas como en otros países, en muchos lugares se carece de los insumos médicos necesarios desde personal médico, instalaciones y equipos sanitarios que pudieran (o que puedan porque no hemos superado aun esta coyuntura) hacer frente de la mejor manera y de manera análoga sucede en el ámbito educativo: otro factor que confronta al gobierno con los organismos dedicados a la enseñanza pública  aparte de la conocida crisis en el sistema educativo que empezaba a caldear los ánimos de uno y otro ente, los docentes de las instituciones públicas y privadas se vieron abocados a la enorme tarea de que tener que idear en pocas semanas un método eficaz para que no menguara la calidad educativa de sus instituciones y, así, sus estudiantes no se vieran forzados a perder sus cursos académicos.

Lo que debemos inferir, necesariamente, es que el gobierno sucesor del actual mandatario de nosotros los colombianos tiene tres tareas muy importantes, o al menos comenzarlas y que haya una garantía de continuidad de las mismas en los gobiernos posteriores: debe realizar y emprender una mejora en la calidad educativa y, para ello, el próximo gobierno debe solucionar los problemas pendientes con los altos organismos de educación que estaban apremiando antes de la coyuntura suscitada a raíz de la pandemia. Es necesario que los ciudadanos, y más que todos los de unos países como este en que todo solemos tomarlo de una manera muy personal, sean en el educados en el dialogo y en el consenso. En el diálogo, para que tengamos una mente lo suficientemente abierta como para aceptar y contemplar la posibilidad de que el otro puede pensar distinto a nosotros de modo que exista verdaderamente una cultura de paz en los tiempos de un presunto posconflicto; y para el consenso, de modo que en nuestra sociedad haya cabida al pluralismo sin el temor de que nuestros derechos fundamentales como ciudadanos y como seres humanos sean vulnerados y alienados por terceros que estén en desacuerdo con nosotros. En ese sentido, es muy lamentable que lo único que sea capaz de unirnos como colombianos sea un equipo o una camiseta de futbol; se sabe que el deporte es capaz de reunir mucha gente, pero en el caso de Colombia es mucha gente que, por dentro, está dividida porque tienen distintas preferencias políticas o de religión. Una lección muy importante que hemos de sacar de estos 59 años de conflicto armado es que la educación debe ser para la paz y no para la guerra. Por esa razón, debemos utilizar la educación como una enseñanza para el diálogo y para la tolerancia porque es imposible que pensemos igual en todas las cosas y, de hecho, la riqueza está en la diversidad de opiniones sin que por eso haya espacio para la polarización política que es tan dañina como querer que todos estén de acuerdo con el presidente de turno; no hay que preguntarse qué puede hacer mi país por mí sino qué puedo hacer yo por él.

Lo segundo, e igualmente relevante, es, más allá de las numerosas reformas que se le han hecho, un verdadero compromiso, su realización y una optimización del sistema sanitario desde la promoción de posibilidades de estudio a las personas de estratos bajos de carreras dedicadas a la salud, es decir, procurar la posibilidad de personal e implementos médicos de modo que se pueda responder, cada vez mejor, a cualquier coyuntura sanitaria que se pueda presentar en el futuro, esperando por supuesto que calamidades como esta no se vuelvan a presentar para la posteridad.

Lo tercero, pero no menos importante, es que el gobierno sea tan previsivo que pueda diseñar un plan que, a futuro, se pueda ejecutar para salir más airosos de una situación como esta sin tener que recurrir a dañosas restricciones que afecten a largo plazo la economía de una sociedad subdesarrollada como esta. Para poder salir lo más pronto posible de una situación tan atípica como esta, es necesario que tengamos consciencia de lo activo que puede ser nuestro ser ciudadano o no concebir el ser ciudadano de una manera pasiva como estamos acostumbrados a imaginarlo, y esta es una oportunidad de oro para esto. ¿Debemos esperar que suceda otra cosa para configurarnos como un país que quiere salir adelante?  

jueves, 26 de noviembre de 2020

¿Te hace feliz cantar? Efectos físicos y psicológicos de cantar

¿TE HACE FELIZ CANTAR? [1]

EFECTOS FÍSICOS DE CANTAR

Todos los tipos de canto tienen efectos psicológicos positivos. El acto de cantar libera endorfinas, los químicos de “hacer sentir bien” del cerebro. Cantar en frente de una multitud o en el karaoke, construye confianza naturalmente, lo cual tiene efectos amplios y duraderos en el bienestar general. Pero de todos los tipos de canto, es el canto coral el que parece tener los efectos más dramáticos en la vida de las personas.

Un estudio publicado en Australia en 2008 reveló que, en promedio, los cantantes corales calificaron más alta su satisfacción con la vida que el público, incluso cuando los problemas actuales encarados por esos cantantes eran más sustanciales que los encarados por el público general. Un estudio de 1998 descubrió que después que los residentes en casas de ancianos tomaran parte en un programa de canto por un mes, hubo importantes descensos en los niveles de ansiedad y depresión. Un estudio reconociendo a más de 600 cantantes corales descubrió que cantar juega un rol central en su salud psicológica.

Pero, ¿Por qué? ¿Podrías sólo empezar a cantar a todo pulmón una canción justo ahora sólo ahora para hacerte sentir feliz?

Es posible. Algunas de las formas en que la música coral hace feliz a la gente son físicas y tú lo entiendes cuando estas en una ducha o en un coro, tanto si como si estás usando técnicas propias de respiración durante esa ducha solo. Cantar puede tener algunos de los mismos efectos que el ejercicio, como la liberación de endorfinas, que dan al cantante unos sentimientos de elevación en general y están relacionados con la reducción de la tensión. Es también una actividad aeróbica, pues significa que consigues más oxígeno en la sangre para una mejor circulación, lo cual tiende a promover un buen humor. Y cantar necesita respiración profunda, que es otro reductor de la ansiedad. La respiración es una clave para la meditación y otras técnicas de relajación, y no puedes cantar bien sin ella.

Los efectos físicos, mientras que son muy dramáticos, son en realidad sólo el principio. Cantar causa felicidad por otras razones que tienen menos base biológica.

Algunas de las más grandes conexiones entre cantar y la felicidad son más mentales que físicas. Son más difíciles de medir, pero igualmente significantes.

Los cantantes corales necesitan concentrarse en su música y técnica a través del proceso de canto, y es difícil preocuparse por cosas como trabajo o dinero o problemas familiares cuando estas concentrándote activamente en algo más. Así que los cantantes corales tienden a tener construida una “zona libre de tensión”. Aprender también es parte del proceso- aprender nuevas canciones, nuevas armonías, nuevos métodos de mantener el compás-. Aprender ha sido conocido ampliamente por mantener el cerebro activo y rechazar la depresión, especialmente en gente mayor.   

Sin embargo, la pregunta permanece: ¿Por qué específicamente el canto coral? La concentración y la respiración profunda pueden suceder en un estudio de grabación o en la privacidad de nuestra propia casa.

Es porque algunos de los más importantes lazos entre cantar y la felicidad son sociales. El sistema de apoyo de ser parte de un grupo, y el compromiso con ese grupo que saca a las personas de la casa y las lleva al coro cada semana; esos son los beneficios de cantar en grupo. Y parecen ser un gran componente de por qué los cantantes corales tienden a ser más felices que el resto de nosotros. Los sentimientos de pertenecer a un grupo, de ser necesitados por los otros miembros de ese grupo (no podemos hacer esto sin nuestro alto), van en un largo camino hacia combatir la soledad que a menudo viene con el ser humano en los tiempos modernos.

Y, en ese caso, podrías tener más cercanamente más felicidad de unirte a una liga de bolos o a un club de escaladas, así como unirte a un coro, aunque probablemente tengas unas cuantas endorfinas más.

 

 



[1] El presente artículo es una traducción directa del homónimo en inglés, que puede ser consultado en el siguiente enlace: https://science.howstuffworks.com/life/inside-the-mind/emotions/singing-happy2.htm

 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

COLOMBIA EN EL SIGLO XXI… ¿AVANCE, RETROCESO O ESTANCAMIENTO?

 COLOMBIA EN EL SIGLO XXI… ¿AVANCE, RETROCESO O ESTANCAMIENTO?


En el presente escrito, que será breve, me gustaría tratar sobre algunos temas cuya importancia a nivel nacional es preponderante teniendo en cuenta la actual situación que está viviendo nuestro país desde mediados del siglo XX y en las primeras dos décadas de este siglo, el siglo XXI y que han determinado, en mayor o menor medida, las circunstancias actuales en que vive la sociedad colombiana.

Este año 2020 parecía empezar de la manera ordinaria en que suelen comenzar todos los años: el cansancio por las celebraciones de navidad y año nuevo que nos suelen reunir a todos como familia en torno a una misma mesa y el subsiguiente letargo que ellas mismas producen luego de todo el jolgorio tan característico de estas épocas del año. Sin embargo, y conforme al paso silencioso de las primeras semanas del año, nos íbamos enterando de un fenómeno muy extraño e inesperado como lo era el surgimiento y establecimiento acelerado en la temporada invernal europea de un enemigo invisible: una nueva y misteriosa enfermedad conocida como corona virus o covid-19, por haber surgido a finales del año pasado en un pueblo chino conocido como Wuhan y que, como la pólvora, se expandió por todo el viejo continente hasta llegar a nuestro país el 6 de marzo del año que ya terminamos y, como una consecuencia lógica, empezó la expansión de la pandemia en nuestro territorio nacional. Gracias al moderado avance de la enfermedad (aunque acelerado en algunas zonas determinadas del país), se empezaron a decretar toques de queda nocturnos en las diversas ciudades del país en las semanas previas a la promulgación del decreto en que se prescribía la cuarentena en nuestro país desde el 25 de marzo hasta el 31 de agosto de este año, mientras éramos testigos, gracias a los noticieros nacionales e internacionales,  de los graves estragos que en muchos ámbitos de la sociedad y de la realidad que esta nueva enfermedad estaba causando en Europa, especialmente en países como España e Italia: decenas de miles de muertos y de contagiados cada día junto a la congestión en los hospitales cuyas instalaciones y personal médico no daban abasto para cubrir las necesidades y atención de tantas personas contagiadas por esta enfermedad, sumándose también la altísima carga emocional y psicológica que los médicos de estas naciones europeas tuvieron que pagar como consecuencia de la existencia de un enemigo invisible y muy peligroso como lo es este virus. Se ha sabido que muchos médicos italianos y españoles han quedado con secuelas psicológicas y físicas debido a la primera ola de contagios sufrida por estos países: muchos de los médicos y enfermeros sobrevivientes a esta contingencia decidieron aislarse y abandonar temporalmente a su familia por el infundido temor de contagiarlos con algún microorganismo del virus y, así, aumentar la taza de contagios. Con todo, no es la única manifestación que ha dejado esta pandemia allí. También se dio el caso de que un enfermero italiano asesinó a su novia sólo por pensar erróneamente que tenía el virus; otra cosa que llamó la atención fue que el uso casi perpetuo del tapabocas destrozó los tabiques de los médicos como si se los hubiera cortado la pequeña pieza de metal que estos poseen en su parte superior. Cuando se contemplan los alcances de esta nueva enfermedad, nos damos cuenta de la magnitud de la peligrosidad de esta situación. La amenaza de la pandemia no tardó en sentirse también en américa latina que, a pesar de las medidas de cuarentena obligatoria decretada por los respectivos gobiernos que la componen, se vio afectada en unos países más que en otros, pero lo que más nos interesa en este escrito es la situación de la nación en que vivimos, que es Colombia.

Para muchos ciudadanos, la cuarentena y el confinamiento ocasionados por el covid-19 ocasionaron una crisis económica, social y sanitaria sin precedentes en la historia de Colombia desde que en el mundo es conocida como tal. Sin embargo, y para nadie es un secreto, que las crisis en estos sectores de la sociedad colombiana ya existían con muchísima anterioridad a la pandemia y lo que ha hecho esta enfermedad (que le ha jugado una muy mala jugada a nuestro cuerpo y a nuestra mente) es acelerar la crisis histórica que estamos atravesando como nación; se podría decir, incluso, que en cierta manera la historia se está acelerando en todo el mundo, y la nación colombiana no es la excepción a fenómeno teleológico: la pandemia ha expuesto, de manera más evidente y escarnecida, las falencias de que adolece nuestra sociedad tanto a nivel educativo, social, sanitario y económico, pues muchos centros turísticos a lo largo y ancho del país se vieron obligados a cerrar sus puertas y despedir a todos sus trabajadores, ocasionando la desactivación económica del país en las semanas de la cuarentena.

Esta pandemia nos ha dejado en claro una vez más las crisis y los problemas que, como nación, debemos solucionar. En primera instancia, vemos que muchas instituciones académicas oficiales y privadas del país se vieron obligadas a improvisar sus métodos virtuales de enseñanza (y, aun así, se sigue infravalorando la educación virtual) porque estaban encarando una situación que no se veía venir, que nadie vio venir y que cayó como ladrón inesperado sobre el mundo. Lo mismo podría aplicarse a la crisis sanitaria que ya vivíamos y que se agudizo con la pandemia: a pesar de que, por fortuna y también por consciencia ciudadana, no se han vivido y presentado situaciones extremas como en otros países, en muchos lugares se carece de los insumos médicos necesarios desde personal médico, instalaciones y equipos sanitarios que pudieran (o que puedan porque no hemos superado aun esta coyuntura) hacer frente de la mejor manera y de manera análoga sucede en el ámbito educativo: otro factor que confronta al gobierno con los organismos dedicados a la enseñanza pública  aparte de la conocida crisis en el sistema educativo que empezaba a caldear los ánimos de uno y otro ente, los docentes de las instituciones públicas y privadas se vieron abocados a la enorme tarea de que tener que idear en pocas semanas un método eficaz para que no menguara la calidad educativa de sus instituciones y, así, sus estudiantes no se vieran forzados a perder sus cursos académicos.

Lo que debemos inferir, necesariamente, es que el gobierno sucesor del actual mandatario de nosotros los colombianos tiene tres tareas muy importantes, o al menos comenzarlas y que haya una garantía de continuidad de las mismas en los gobiernos posteriores: debe realizar y emprender una mejora en la calidad educativa y, para ello, el próximo gobierno debe solucionar los problemas pendientes con los altos organismos de educación que estaban apremiando antes de la coyuntura suscitada a raíz de la pandemia. Es necesario que los ciudadanos, y más que todos los de unos países como este en que todo solemos tomarlo de una manera muy personal, sean en el educados en el dialogo y en el consenso. En el diálogo, para que tengamos una mente lo suficientemente abierta como para aceptar y contemplar la posibilidad de que el otro puede pensar distinto a nosotros de modo que exista verdaderamente una cultura de paz en los tiempos de un presunto posconflicto; y para el consenso, de modo que en nuestra sociedad haya cabida al pluralismo sin el temor de que nuestros derechos fundamentales como ciudadanos y como seres humanos sean vulnerados y alienados por terceros que estén en desacuerdo con nosotros. Lo segundo, e igualmente relevante, es, más allá de las numerosas reformas que se le han hecho, un verdadero compromiso, su realización y una optimización del sistema sanitario desde la promoción de posibilidades de estudio a las personas de estratos bajos de carreras dedicadas a la salud, es decir, procurar la posibilidad de personal e implementos médicos de modo que se pueda responder, cada vez mejor, a cualquier coyuntura sanitaria que se pueda presentar en el futuro, esperando por supuesto que calamidades como esta no se vuelvan a presentar para la posteridad.

Lo tercero, pero no menos importante, es que el gobierno sea tan previsivo que pueda diseñar un plan que, a futuro, se pueda ejecutar para salir más airosos de una situación como esta sin tener que recurrir a dañosas restricciones que afecten a largo plazo la economía de una sociedad subdesarrollada como esta. Para poder salir lo más pronto posible de una situación tan atípica como esta, es necesario que tengamos consciencia de lo activo que puede ser nuestro ser ciudadano o no concebir el ser ciudadano de una manera pasiva como estamos acostumbrados a imaginarlo, y esta es una oportunidad de oro para esto. ¿Debemos esperar que suceda otra cosa para configurarnos como un país que quiere salir adelante?  

viernes, 20 de noviembre de 2020

El griego hoy en día... ¿Para qué? https://www.jbrignone.com.ar/adrados.html

 EL GRIEGO HOY EN DÍA… ¿PARA QUÉ? 

Cuando se nos presenta la utilidad de algo, generalmente nos presentan las cualidades positivas del objeto en cuestión, sea este un producto de cocina o cualquier clase de herramienta que tenga un uso potencial y de gran importancia en nuestra vida cotidiana. De igual manera, cuando se nos propone aprender o conocer una lengua distinta a nuestro idioma materno, somos  introducidos a las cualidades y facilidades que nos puede proporcionar su aprendizaje. Es aquí cuando se puede justificar la tarea de aprender el idioma inglés, que es tan necesario (aunque, en realidad, solo sea una materia de relleno) para que podamos aspirar a un título académico profesional en nuestras universidades. No obstante, cuando se habla de conocer el griego el asunto es diametralmente diferente porque hemos de considerar a un idioma que ha configurado los orígenes y la entidad de un continente tan antiguo y tan vasto como lo es el viejo continente: Europa. ¿De qué manera se puede decir esto? En primera instancia, se puede decir esto porque la cultura griega se dio en la historia temprana de este continente alcanzando su máximo esplendor durante la época de la clásica filosofía griega, colocando los cimientos de lo que mucho tiempo después se convertiría en la cultura europea gracias a la introducción de la misma por obra  del trabajo filosófico de santo Tomás de Aquino. Como si esto no fuera suficiente, hay que decir que una parte importante de uno de los libros más editados e importantes del mundo también haya sido originalmente escrito en griego: la gran mayoría de los libros del nuevo testamento (que fueron escritos por los discípulos de Jesús) fueron escritos en un griego popular o koiné, es decir, un dialecto griego como es el caso del evangelio de san marcos, cuyo escrito fue destinado a los griegos que vivían en el imperio romano y que desconocían, naturalmente, las tradiciones judías. Este escrito data del año 65 de nuestra era y fue, cronológicamente hablando, el primero de los cuatro evangelios. Otra cuestión relacionada con esta es el evangelio de san Lucas, que fue escrito para los griegos en un estilo más pulido y de una manera más gráfica, de modo que resulta muy fácil imaginar, al momento de leer este libro, los diversos pasajes que en él se narran. Volviendo a nuestro tema principal, hay que decir que el griego y la cultura que este idioma representa, también influyo en la sociedad colonial creada por la conquista de España en el nuevo continente.

En realidad, las grandes lenguas europeas y casi todas las lenguas del mundo son semi-griegas (al menos por la influencia indirecta de ella) que en una primera mirada no se parecen al griego, pero que están impregnadas de estructuras gramaticales griegas y, sobre todo,  de léxico griego y de préstamos semánticos y morfológicos helénicos. Todo, o casi todo, el léxico académico de las lenguas modernas es, directa o indirectamente, griego, pues lo tomaron como préstamo, directa o indirectamente, del latín, tanto en la antigüedad como el medioevo e incluso hoy.   

Es un fenómeno esencial para tornar inteligible la historia universal de la cultura y su gradual integración. Pero este es, por supuesto, un fenómeno que no se torna inteligible si no se le considera asociado a la difusión, directa o indirecta y a través de los sucesivos renacimientos, de los grandes inventos: los géneros literarios, la democracia, la filosofía, la ciencia, el teatro y las artes.

El griego fue la lengua del sector oriental del imperio romano (y lengua de cultura en roma), lengua de Bizancio y ahora lengua de Grecia y de la diáspora griega. Y fue segunda lengua en distintas partes del mundo dentro de una amplia extensión geográfica: la encontramos en las inscripciones de Ashoka, en Afganistán; en Córdoba, bajo el dominio del imperio romano; en los epigramas de Bulgaria bajo el gobierno de los primeros khanes, y en el reino de Méroe en Sudán.    

El alfabeto griego, que constituye un importante progreso del alfabeto fenicio gracias a la creación de las vocales, legó un medio de escritura a multitud de lenguas: en realidad, de una variante del alfabeto griego resulto el alfabeto latino, al cual hay un tendencia a transcribir todos los sistemas de escritura del mundo, cuando no, a escribir todas las lenguas. Pero deberíamos instituir un corpus de aquellos alfabetos que provienen de los alfabetos griegos, o de aquel que se impuso, el jónico. Abecedarios como el etrusco, el latino o el lidio presentan variantes que se deben al hecho de que derivan de los distintos abecedarios griegos. La mayoría de las veces, sin embargo, los diferentes alfabetos descienden del jónico y su perfeccionamiento en Alejandría, de donde provinieron,  por ejemplo, el armenio, el gótico y el eslavo.

Otros alfabetos proceden del latino, con variantes debidas a la fonética de las diferentes lenguas, tal como el lituano, el polaco o el checo. En todo caso, se trata siempre de variaciones del alfabeto griego, del mismo modo que también lo es el alfabeto fonético internacional. De esta manera, los griegos crearon un modelo universal de escritura. Un modelo que, es cierto, conoció algunas mejoras cuando insertaron aproximadamente en la época helenística las marcas diacríticas (espíritus y acentos), así como también la división en silabas de las palabras en el texto, y cuando se creó la letra minúscula en la época bizantina. El cambio más grande que sufrió fue en nuestra época con la perdida de algunos caracteres de la ortografía histórica y el uso del sistema monofónico. Perturbaron, por supuesto, una venerable tradición que, pese a todo se mantiene.