jueves, 3 de noviembre de 2016

Las lecciones del proceso de paz en Colombia. Adam Maida

LAS LECCIONES DEL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA

El hecho de que seamos unos de los países más violentos en el mundo no es un secreto para nadie, ni siquiera para los que hemos nacido a finales del siglo pasado y a comienzos de este siglo que aún es incipiente, pero eso no es motivo ni razón para que los grupos violentos quieran manipular al país de forma política porque no pudieron hacerlo por las armas. En los últimos años hemos sabido y visto, por demás, que los cabecillas y caudillos de los grupos al margen de la ley han sido dados de baja y los segundos al mando se dieron cuenta que era mejor tratar de introducirse políticamente en los destinos de un país que se encuentra un poco a la deriva creyendo estos (equivocadamente, por supuesto) que su visión sociológica del país y de su solución a los problemas que actualmente nos aquejan, como la arraigada desigualdad poblacional y la institucionalidad débil, son las necesarias, eficaces y más convenientes para direccionar adecuadamente los destinos de todos nosotros como colombianos. Ahora bien, el hecho de que la firma del plebiscito sea una oportunidad para el cambio tan anhelado por nosotros no quiere decir, necesariamente, que sea una garantía efectiva de que se materialice o mejor, realice lo que todos queremos: la verdadera paz, que solamente se logra con la justicia. Es una oportunidad y eso significa que no hay una seguridad infalible que garantice que se vayan a hacer los debidos cambios estructurales en el país. Por lo tanto, yo arguyo que si bien el plebiscito y los acuerdos que se contienen en ese documento firmado en la Habana por el Gobierno Nacional y las Farc es una oportunidad para el cambio no es la manera más justa y la única posible para que el país se desarrolle. Es muy posible que se construyan y se realicen iniciativas de mayor inclusión política sin necesidad de que se oficialice y postule un plebiscito que deja mucho que desear para muchos de nosotros; la tan ponderada reforma agraria también se podría realizar sin el postulado de un plebiscito como este que la garantice y asimismo muchas otras cosas consignadas en las 297 páginas que (hay que subrayarlo de manera encomiable y como un gesto evidente de inclusión en la participación democrática)  el Gobierno puso a disposición de todos nosotros para que votásemos de una manera libre, responsable y consciente en asuntos que son competencia para todos nosotros. Hay que tener en cuenta también que muchas personas, incluso antes de la mención de la postulación del plebiscito, estaban en desacuerdo con las reuniones en la Habana por la viciosa ambigüedad con que se llevaban a cabo las negociaciones desde que empezaron en noviembre de 2012. Otra cosa elogiable que merece mencionarse es aquella voluntad acérrima que ha tenido el primer mandatario actual, Juan Manuel Santos, de llevar a cabo la construcción del camino hacia la paz, que no es una bandera conquistada de una vez para siempre sino que se construye día por día esfuerzo por esfuerzo. Esto le ha merecido el premio Nobel de la Paz, que recibirá en diciembre próximo. Con todo, las intenciones no son suficientes y este caso nos lo demuestra de manera excepcional. Hace falta la cooperación de todos y cada uno de nosotros. Además, hay que destacar que, aunque las víctimas hayan perdonado seguramente esperarán que se les restituya y se repare como es debido, pues no hay esperar la reparación como un regalo o don de la generosidad de sus injustos agresores sino un deber de gravísima necesariedad. Hay que ser colombiano para entender mejor la problemática a la que nos enfrentamos, que no es solamente con las FARC, sino también con el ELN; hay que estar en los zapatos del otro para entender su situación.  Por otra parte,  se da una pequeña luz de esperanza, no una oportunidad,  para que el conflicto quede como un pasaje oscuro en los libros de historia de Colombia y de Historia Universal para las generaciones futuras.         

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