El acuerdo de paz en Colombia: una mirada crítica a la situación de la paz en Colombia a cinco años del conflicto armado
En
el presente ensayo se pretenderá dar una breve exposición subjetiva sobre una
de las realidades más importantes para nuestro país en los últimos 21 años,
cuando comenzamos el siglo XXI: el conflicto armado en Colombia, las
negociaciones entre el gobierno y FARC y la firma de los acuerdos para la paz
entre ambas partes y la situación actual que vive el país con respecto a la
posteridad de la firma de estos acuerdos y sobre si los mismos pueden ser el
comienzo de la verdadera paz en nuestro amado país. ¿Será posible adquirir la
paz y, por medio de ella, alcanzar el verdadero progreso de nuestra nación?
¿Qué otros obstáculos tendremos que afrontar para que la paz sea una realidad
palpable y no una simple quimera? “Amanecerá y veremos”, dijo el ciego.
Para empezar este ensayo,
hay que contextualizarse un poco. Han pasado ya poco más de 5 años desde la
culminación de las negociaciones entre el gobierno y las FARC, y una de las
creencias más arraigadas y aferradas en el subconsciente colectivo de muchos de
los colombianos es que este acuerdo, de por sí, es la solución definitiva de un
conflicto que ha durado aproximadamente 60 años en nuestro país. En ese
sentido, hay que recordar que el gobierno que firmó los acuerdos con las FARC
no es el mismo que termina su mandato y que ha estado en pugna con lo que
pretendió hacer Juan Manuel Santos en su momento de presidencia, y que ha visto
en el señor Uribe Vélez el principal detractor de esta merecida pretensión de
avance con su propaganda al ‘NO’ de los acuerdos pactados en la habana en 2016.
Otro detalle que debemos tener en cuenta es que, dos años después, se
realizaron en nuestro país los comicios electorales en los que un lacayo de
Uribe se postuló a la presidencia y, para la poca sorpresa de muchos, fue elegido
presidente del estado colombiano: fue entonces cuando Uribe prolongó sus ansias
no satisfechas de seguir gobernando el país en la persona y gobierno de Iván
Duque. Esto hizo que lo poco que estaba logrando Santos en sus últimos dos años
de gobierno con respecto al acuerdo de paz diera un grave revés. Casi 140 de
los 281 municipios del posconflicto cayeron en una nueva ola de violencia y los
demás, por su parte, lograron salir definitivamente de él. En fin, el Gobierno de Duque hizo todo
lo posible para que el proceso de paz fracasara, pero fue la comunidad
internacional, las organizaciones sociales y el mundo campesino que se empeñó
en que se avanzara y que el país no fracasara en su intento de construir una
sociedad en paz. [1]
Esto último explica lo que mencione en la parte de arriba de este
ensayo: el gobierno no cumplió lo que firmó porque el gobierno que firmó no es
el mismo al que le correspondía cumplir lo pactado por las FARC. Sin embargo,
la culpa de todo esto lo tiene el pueblo colombiano que, seducido por las
sugestivas falacias del expresidente Uribe, decidió creer en la posibilidad de
descartar la paz como “camino” para avanzar en la senda de un progreso mal
entendido. Esta es una prueba fehaciente de que la paz, muy a pesar de todos
nosotros, no es algo que podamos alcanzar o conseguir de una vez por todas sino
que es algo que deberemos ir aprendiendo y consiguiendo poco a poco, como todas
las cosas de la vida. El verdadero problema es que todos nosotros pongamos lo
poco de nuestra parte para que el sueño y la aspiración de la paz sea una
realidad palpable y que sea garantía del desarrollo que se debe el país a si
mismo porque si nos preparamos un día para una guerra fratricida y sin sentido
como esta, ¿Por qué no prepararnos para la paz y para el desarrollo, que genera
las condiciones de vida que todos queremos, que todos, como colombianos,
vivamos en el país o en el extranjero, deseamos para nuestra nación?
Para nadie es un secreto que el uribismo y todos sus secuaces han sido
los principales enemigos de la paz como camino seguro del progreso de nuestro
país, y eso lo hemos comprobado en el hecho de que muchos antiguos guerrilleros
han retomado el camino de las armas, precisamente porque el gobierno que firmó
los acuerdos no es el mismo al que le ha correspondido cumplirlos. Muchos de
nosotros, y yo mismo me incluyo en ese numeroso grupo, fuimos engañados por los
motivos que adujo Uribe Vélez para promocionar el “no” al plebiscito convocado
por juan Manuel Santos a comienzos de noviembre de 2016. Lo digo porque yo opté
por el “no”, creyendo en ese momento que los acuerdos de paz estaban errados en
su misma esencia, pero también es cierto que Juan Manuel Santos cometió el
error de convocar esta votación si ya todo estaba decidido con la firma de los
acuerdos. Mi padre, que ya no se encuentra entre nosotros, tenía toda la razón
al pensar que optar por el “no” era equivalente a querer la guerra, y ahora me
doy cuenta de que es así.
Por otra parte, es lamentable ver que, a lo largo de estos años de
gobierno de Iván Duque, el Uribe y sus secuaces han querido perjudicar,
estropear y erradicar la jurisdicción especial para la paz con la falsa excusa
de que la justicia a las víctimas no se garantizará porque optemos por el
perdón sin mencionar que también hay una política que busca la verdad para los
familiares de las víctimas y resarcir, en la medida de todo lo posible, a todos
aquellos que han sufrido y sobrevivido a este cruento conflicto.
Podría pensar que esta ausencia de paz que quiere el uribismo es una
oportunidad para imponerse como único dogma que quiere determinar el rumbo de
un país como este, pero la pregunta es ¿para qué quiere eso? ¿Cuál ha sido la
última pretensión que se esconde detrás de estos ininterrumpidos ataques? Otro
argumento que ponen los que abogan por el uribismo es que “no deberíamos darle
la autoridad del país a guerrilleros”, y se refieren a Gustavo Petro, que en
otro tiempo perteneció al M-19 y que ahora es nuevamente candidato a la
presidencia de la república. Lo que sucede aquí es que no podemos comparar a la
guerrilla del M-19 con la de las FARC, pues actuaron de maneras muy distintas
pese a que tenían en común el uso de las armas. El M19 atacaba a policías y
militares, pero las FARC atacaban, secuestraban, reclutaban y asesinaban a
cualquiera que se les atravesara en el camino sin ninguna clase de
discriminación ni compasión por el pueblo colombiano. En ese sentido, cabe un
interrogante: ¿Por qué las FARC están tomando la vía política luego de 55 años
de conflicto armado? ¿Pretenden persuadir al pueblo con sus ideales desde sus
puestos en las esferas políticas? Sencillamente, y después de todo el terror,
dolor y llanto que han sembrado en los colombianos no lo van a lograr, pero el
gobierno también tiene la culpa al no cumplir lo que prometió, más allá de que
sean presidentes distintos los que han representado al país en estos años. He
ahí el problema que nace con el cambio de gobiernos: muchas veces se pretende
destruir lo que hizo el antecesor, y eso a veces quiebra los procesos de
continuidad que debe haber… si ha habido gobiernos que, sucediéndose unos a
otros en el mal, ¿Por qué no puede haber una serie de gobiernos que continúen
lo bueno que hizo el anterior?
Pero la ecuación política no termina ahí. Otro factor olvidado, pero no
menos importante, es la figura del ELN. Con respecto a este grupo armado
ilegal, la situación es bastante parecida: el gobierno no quiere dar un paso a
favor de un hipotético proceso de paz con esta guerra. Aquí hemos de recordar
que, alguna vez, el ELN propuso un cese al fuego bilateral por algún tiempo,
pero nuevamente el gobierno se negó, y parece inaudito que esta guerrilla tenga
que destruir torres de electricidad para llamar la atención de un gobierno
incompetente que, por querer lavarse las manos, le echa la culpa de sus errores
a países como Cuba solo para salvar una imagen que todo el mundo sabe que es
una completa farsa. ¿Hasta cuándo el gobierno pretenderá tener puesta esta
mascara? ¿Acaso habrá necesidad de una intervención internacional más
contundente para que el gobierno dominante en estos tiempos decida dar pasos en
favor de la paz?
Ávila (2021) nos dice que “el Gobierno de Iván Duque hizo todo lo posible para que el proceso de paz
fracasara, pero fue la comunidad internacional, las organizaciones sociales y
el mundo campesino quienes se empeñaron en que se avanzara”. En ese sentido, nos
damos cuenta que el gobierno de Duque, secuaz de Uribe Vélez, no quiere la paz
porque al uribismo no le conviene, por alguna razón oscura y desconocida, el
progreso que la paz puede impulsar en el país, y esto genera mucha más
desconfianza en los demás grupos que pretenden reinsertarse en la vida civil en
el futuro y que tienen ya toda la intención de hacerlo.
Las
ineludibles conclusiones a las que llego yo es que es necesario no solamente
cambiar esa mentalidad de guerra que aún existe entre nosotros los colombianos.
En ese sentido, se debe implementar una educación en tolerancia que acabe de
raíz la polarización que tanto ha fragmentado a la sociedad colombiana en las
últimas décadas. Hay que entender que la paz no es la ausencia de guerra sino
el fruto de un orden social justo porque para nadie es un secreto que, aunque
presuntamente haya acabado el conflicto armado, toda sigue la violencia en el
país de muchas maneras que atentan directamente contra la democracia de este
país como el asesinato de líderes sociales y otros modos soterrados de
totalitarismo y de tiranía. Solo esperemos que los pasos del próximo gobierno,
sea quien sea, estén verdaderamente dirigidos y orientados a la consecución de
una paz estable y duradera. Apenas estamos empezando el siglo XXI, y podríamos
tener la incertidumbre sobre el porvenir, pero también contamos con nuestros
deseos de que todo evolucione y mejore.
Arnoldo José De la Hoz, 03 de diciembre de 2021
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