lunes, 6 de diciembre de 2021

El acuerdo de paz en Colombia: una mirada crítica a la situación de la paz en Colombia a cinco años del conflicto armado

 El acuerdo de paz en Colombia: una mirada crítica a la situación de la  paz en Colombia a cinco años del conflicto armado

En el presente ensayo se pretenderá dar una breve exposición subjetiva sobre una de las realidades más importantes para nuestro país en los últimos 21 años, cuando comenzamos el siglo XXI: el conflicto armado en Colombia, las negociaciones entre el  gobierno y  FARC y la firma de los acuerdos para la paz entre ambas partes y la situación actual que vive el país con respecto a la posteridad de la firma de estos acuerdos y sobre si los mismos pueden ser el comienzo de la verdadera paz en nuestro amado país. ¿Será posible adquirir la paz y, por medio de ella, alcanzar el verdadero progreso de nuestra nación? ¿Qué otros obstáculos tendremos que afrontar para que la paz sea una realidad palpable y no una simple quimera? “Amanecerá y veremos”, dijo el ciego.

Para empezar este ensayo, hay que contextualizarse un poco. Han pasado ya poco más de 5 años desde la culminación de las negociaciones entre el gobierno y las FARC, y una de las creencias más arraigadas y aferradas en el subconsciente colectivo de muchos de los colombianos es que este acuerdo, de por sí, es la solución definitiva de un conflicto que ha durado aproximadamente 60 años en nuestro país. En ese sentido, hay que recordar que el gobierno que firmó los acuerdos con las FARC no es el mismo que termina su mandato y que ha estado en pugna con lo que pretendió hacer Juan Manuel Santos en su momento de presidencia, y que ha visto en el señor Uribe Vélez el principal detractor de esta merecida pretensión de avance con su propaganda al ‘NO’ de los acuerdos pactados en la habana en 2016. Otro detalle que debemos tener en cuenta es que, dos años después, se realizaron en nuestro país los comicios electorales en los que un lacayo de Uribe se postuló a la presidencia y, para la poca sorpresa de muchos, fue elegido presidente del estado colombiano: fue entonces cuando Uribe prolongó sus ansias no satisfechas de seguir gobernando el país en la persona y gobierno de Iván Duque. Esto hizo que lo poco que estaba logrando Santos en sus últimos dos años de gobierno con respecto al acuerdo de paz diera un grave revés. Casi 140 de los 281 municipios del posconflicto cayeron en una nueva ola de violencia y los demás, por su parte, lograron salir definitivamente de él. En fin, el Gobierno de Duque hizo todo lo posible para que el proceso de paz fracasara, pero fue la comunidad internacional, las organizaciones sociales y el mundo campesino que se empeñó en que se avanzara y que el país no fracasara en su intento de construir una sociedad en paz. [1]

Esto último explica lo que mencione en la parte de arriba de este ensayo: el gobierno no cumplió lo que firmó porque el gobierno que firmó no es el mismo al que le correspondía cumplir lo pactado por las FARC. Sin embargo, la culpa de todo esto lo tiene el pueblo colombiano que, seducido por las sugestivas falacias del expresidente Uribe, decidió creer en la posibilidad de descartar la paz como “camino” para avanzar en la senda de un progreso mal entendido. Esta es una prueba fehaciente de que la paz, muy a pesar de todos nosotros, no es algo que podamos alcanzar o conseguir de una vez por todas sino que es algo que deberemos ir aprendiendo y consiguiendo poco a poco, como todas las cosas de la vida. El verdadero problema es que todos nosotros pongamos lo poco de nuestra parte para que el sueño y la aspiración de la paz sea una realidad palpable y que sea garantía del desarrollo que se debe el país a si mismo porque si nos preparamos un día para una guerra fratricida y sin sentido como esta, ¿Por qué no prepararnos para la paz y para el desarrollo, que genera las condiciones de vida que todos queremos, que todos, como colombianos, vivamos en el país o en el extranjero, deseamos para nuestra nación?

Para nadie es un secreto que el uribismo y todos sus secuaces han sido los principales enemigos de la paz como camino seguro del progreso de nuestro país, y eso lo hemos comprobado en el hecho de que muchos antiguos guerrilleros han retomado el camino de las armas, precisamente porque el gobierno que firmó los acuerdos no es el mismo al que le ha correspondido cumplirlos. Muchos de nosotros, y yo mismo me incluyo en ese numeroso grupo, fuimos engañados por los motivos que adujo Uribe Vélez para promocionar el “no” al plebiscito convocado por juan Manuel Santos a comienzos de noviembre de 2016. Lo digo porque yo opté por el “no”, creyendo en ese momento que los acuerdos de paz estaban errados en su misma esencia, pero también es cierto que Juan Manuel Santos cometió el error de convocar esta votación si ya todo estaba decidido con la firma de los acuerdos. Mi padre, que ya no se encuentra entre nosotros, tenía toda la razón al pensar que optar por el “no” era equivalente a querer la guerra, y ahora me doy cuenta de que es así.

Por otra parte, es lamentable ver que, a lo largo de estos años de gobierno de Iván Duque, el Uribe y sus secuaces han querido perjudicar, estropear y erradicar la jurisdicción especial para la paz con la falsa excusa de que la justicia a las víctimas no se garantizará porque optemos por el perdón sin mencionar que también hay una política que busca la verdad para los familiares de las víctimas y resarcir, en la medida de todo lo posible, a todos aquellos que han sufrido y sobrevivido a este cruento conflicto.

Podría pensar que esta ausencia de paz que quiere el uribismo es una oportunidad para imponerse como único dogma que quiere determinar el rumbo de un país como este, pero la pregunta es ¿para qué quiere eso? ¿Cuál ha sido la última pretensión que se esconde detrás de estos ininterrumpidos ataques? Otro argumento que ponen los que abogan por el uribismo es que “no deberíamos darle la autoridad del país a guerrilleros”, y se refieren a Gustavo Petro, que en otro tiempo perteneció al M-19 y que ahora es nuevamente candidato a la presidencia de la república. Lo que sucede aquí es que no podemos comparar a la guerrilla del M-19 con la de las FARC, pues actuaron de maneras muy distintas pese a que tenían en común el uso de las armas. El M19 atacaba a policías y militares, pero las FARC atacaban, secuestraban, reclutaban y asesinaban a cualquiera que se les atravesara en el camino sin ninguna clase de discriminación ni compasión por el pueblo colombiano. En ese sentido, cabe un interrogante: ¿Por qué las FARC están tomando la vía política luego de 55 años de conflicto armado? ¿Pretenden persuadir al pueblo con sus ideales desde sus puestos en las esferas políticas? Sencillamente, y después de todo el terror, dolor y llanto que han sembrado en los colombianos no lo van a lograr, pero el gobierno también tiene la culpa al no cumplir lo que prometió, más allá de que sean presidentes distintos los que han representado al país en estos años. He ahí el problema que nace con el cambio de gobiernos: muchas veces se pretende destruir lo que hizo el antecesor, y eso a veces quiebra los procesos de continuidad que debe haber… si ha habido gobiernos que, sucediéndose unos a otros en el mal, ¿Por qué no puede haber una serie de gobiernos que continúen lo bueno que hizo el anterior?

Pero la ecuación política no termina ahí. Otro factor olvidado, pero no menos importante, es la figura del ELN. Con respecto a este grupo armado ilegal, la situación es bastante parecida: el gobierno no quiere dar un paso a favor de un hipotético proceso de paz con esta guerra. Aquí hemos de recordar que, alguna vez, el ELN propuso un cese al fuego bilateral por algún tiempo, pero nuevamente el gobierno se negó, y parece inaudito que esta guerrilla tenga que destruir torres de electricidad para llamar la atención de un gobierno incompetente que, por querer lavarse las manos, le echa la culpa de sus errores a países como Cuba solo para salvar una imagen que todo el mundo sabe que es una completa farsa. ¿Hasta cuándo el gobierno pretenderá tener puesta esta mascara? ¿Acaso habrá necesidad de una intervención internacional más contundente para que el gobierno dominante en estos tiempos decida dar pasos en favor de la paz?

Ávila (2021) nos dice que “el Gobierno de Iván Duque hizo todo lo posible para que el proceso de paz fracasara, pero fue la comunidad internacional, las organizaciones sociales y el mundo campesino quienes se empeñaron en que se avanzara”. En ese sentido, nos damos cuenta que el gobierno de Duque, secuaz de Uribe Vélez, no quiere la paz porque al uribismo no le conviene, por alguna razón oscura y desconocida, el progreso que la paz puede impulsar en el país, y esto genera mucha más desconfianza en los demás grupos que pretenden reinsertarse en la vida civil en el futuro y que tienen ya toda la intención de hacerlo. 

Las ineludibles conclusiones a las que llego yo es que es necesario no solamente cambiar esa mentalidad de guerra que aún existe entre nosotros los colombianos. En ese sentido, se debe implementar una educación en tolerancia que acabe de raíz la polarización que tanto ha fragmentado a la sociedad colombiana en las últimas décadas. Hay que entender que la paz no es la ausencia de guerra sino el fruto de un orden social justo porque para nadie es un secreto que, aunque presuntamente haya acabado el conflicto armado, toda sigue la violencia en el país de muchas maneras que atentan directamente contra la democracia de este país como el asesinato de líderes sociales y otros modos soterrados de totalitarismo y de tiranía. Solo esperemos que los pasos del próximo gobierno, sea quien sea, estén verdaderamente dirigidos y orientados a la consecución de una paz estable y duradera. Apenas estamos empezando el siglo XXI, y podríamos tener la incertidumbre sobre el porvenir, pero también contamos con nuestros deseos de que todo evolucione y mejore. 

Arnoldo José De la Hoz, 03 de diciembre de 2021

 


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