JULIO CÉSAR, UNA PREMONICIÓN FATAL
La muerte de Julio César
El
15 de marzo del 44 antes de Cristo, a Las 11 de la mañana, César fue asesinado.
Veintitrés golpes de espada derriban al dueño de Roma. Se cubre el rostro con
su toga para no ser desfigurado, pero, antes de morir, en un último gesto de
decencia, esconde sus piernas debajo de su vestimenta.
Los
asesinos confiesan que su móvil era impedir que César restableciera la
monarquía. Querían salvar la república. Sin embargo. César se negó siempre a
tomar el título de rey. ¿De qué le serviría si ya ejercía una monarquía de
hecho? Nombrado dictador vitalicio por el senado el 14 de febrero del 44, ya
poseía todos los poderes. La acción de los conspiradores, lejos de restablecer
la república, provoca una guerra civil en el Imperio.
SEÑALES INQUIETANTES
Sin
embargo, el 15, día de los idus de marzo, poco faltó para que la intriga
fracasara. Según el historiador Suetonio, autor de Vida de César, mucho antes
de estos hechos aumentaron los presagios que debieran haber despertado la
desconfianza de la víctima. En primer lugar, Spurinna, el arúspice, es decir,
el sacerdote que lee el destino en las entrañas de las víctimas, advierte a
César que correrá un gran peligro el día de los idus de marzo. Luego se
descubre en Capua la tumba del fundador de la ciudad, Capys: el monumento
contenía una extraña tablilla de bronce, con la siguiente inscripción:
"Cuando
hayan sido descubiertas las osamentas de Capys, un descendiente de Iule (que
César redama por ancestro) caerá por los golpes de sus deudos, y pronto Italia
expiará su muerte por medio de terribles desastres..."
A
esto se agrega el extraño comportamiento de los caballos que César ha
consagrado al dios del Rubicón, después de haber franqueado este río con su
ejército y desatado la guerra civil de la cual salió vencedor. Unos días antes
de la muerte del dictador, estos animales se priva(n) obstinadamente de la
comida y derrama(n) abundantes lágrimas (Suetonio). Finalmente, la víspera de
los idus, un pájaro reyezuelo que llevaba una rama de laurel es despedazado por
otros pájaros en la sala donde debe reunirse el senado.
LA NOCHE AGITADA
A
medida que se aproxima la fecha fatal, las señales se hacen más precisas.
Durante la última cena de César, éste discute con sus invitados acerca de la
mejor manera de morir. El prefiere "la más inesperada", que se
cumplirá. En las horas siguientes, su sueño se agita, probablemente perturbado
por esta conversación. Sueña una pesadilla en la que vuela sobre las nubes y
aprieta la mano del dios Júpiter. Aún más inquieta, su mujer, Calpurnia, sueña
que el techo de la casa se desploma y que sostiene en sus brazos a su marido,
que ha sido apuñalado.
Muy
asustada por estos sueños, Calpurnia le ruega a César que no salga. Este cede:
le pide a su amigo Marco Antonio mandar que se devuelvan los integrantes del
senado. Pero Brutus, el hombre a quien César considera como su hijo y que forma
parte de los conjurados, asiste a la cena. Consciente de que la conspiración
está a punto de fracasar, interviene de pronto. Insiste que tal comportamiento
no es digno del César. ¿Es acaso hombre que se deje impresionar por sueños y
vanos presagios? Estas palabras convencen finalmente al dictador de no cambiar
sus planes.
EL DÍA DEL CRIMEN
César
sube a su litera y se dirige hacia el senado. A su paso un hombre se aparta de
la multitud, le entrega una nota e insiste que la lea enseguida. Pero Julio
César se distrae. ¿Qué contiene entonces este mensaje, que lo hace tan urgente?
Nada menos que la revelación de la intriga... En el trayecto, se encuentra
además con el sacerdote Spurinna. Le hace notar bromeando "Y bien,
llegaron los idus de marzo". Así es, responde tranquilamente el adivino,
llegaron, pero aún no han pasado... Sin inmutarse, Julio César sigue su camino.
Cuando llega a su destino, los sacerdotes ofrecen los sacrificios. Inmolan
víctima tras víctima, sin resultados. Sólo obtienen malos presagios. Y cuando
el dictador, decepcionado, se vuelve hacia donde se está poniendo el sol, los
sacerdotes ven una señal aún más siniestra. Finalmente, César entra en la curia
donde se encuentran reunidos los senadores. Su escaño de oro ya está rodeado
por un grupo de veintitrés senadores. Un vigésimo cuarto se quedó afuera para
evitar que Marco Antonio pudiese socorrer a su amigo. Sin sorprenderse por esta
aglomeración, Julio César avanza con confianza y se sienta. Los senadores
siguen estrechando el cerco. Se levanta para repelerlos, pero uno de ellos tira
su toga. Es la seña esperada. Los conspiradores empuñan la espada que llevaban
escondida entre los pliegues de su ropa. Todos golpean al César: un solo golpe
será mortal. Sorprendido de encontrar a Brutus entre sus asesinos, Julio César
habría exclamado su famoso: "Tú también, hijo mío". ¿Tuvo tiempo de
darse cuenta de que hubiera sido mejor escuchar los presagios, y no a su
corazón o la voz de una presunta razón?